Una conversación con Ricardo Lara, mi abuelo
- Martha Caceres
- Sep 23, 2022
- 8 min read
Updated: Sep 24, 2022
Ricardo Lara, mi abuelo, el papá de mi mamá. Nació el 31 de mayo de 1927, acaba de cumplir 95 años, pero él prefiere decir que ha entrado a sus 96 años y lo dice con orgullo. No le gusta que le quiten años porque su vida la ha vivido con plenitud. Mi abuelo vive en un lugar cálido de Cundinamarca, que tal vez le recuerde su infancia en Cachipay. Desde la ventana de su habitación se puede ver el cerro donde por mucho tiempo los indígenas honraron a la Diosa Luna. Se puede contemplar también el amanecer y la puesta de sol como una pintura de Dios. Hay una pequeña cascada que recuerda con su sonido el movimiento constante de la vida, flores de color naranja adornan el paisaje verde y un árbol de aguacate se erige orgulloso; es el consentido de mi abuelo.
“Vamos a bajar los aguacates nos dijo un día” lo acompañé feliz por la oportunidad de pasar tiempo con mi abuelo haciendo lo que el más ama; cuidar sus plantas y recolectar sus frutos. Mi abuelo es exigente y suele dar instrucciones, “así no se bajan los aguacates” “venga yo le sostengo la escalera”, “Martha hay que traer más bolsas”, nos mostraba los frutos que se perdían de nuestra vista. “¡A su derecha! ¡uy, no, no, no, se les quedaron muchos sin bajar!”
Recogimos los aguacates bajo el calor del sol ¡y llenamos no una, ni dos, sino cuatro bolsas grandes! En solo una tarde mi abuelo nos demostraba el amor incondicional de la tierra, la que nos provee todo lo que necesitamos y además nos invita a compartirlo con otros. Esa semana comimos aguacate en todas sus presentaciones y los vecinos también.
Al terminar mi trabajo como asistente de recolección de aguacates me dirigí a la casa a buscar sombra y agua, me distraje hablando con mis tíos sobre el clima, las plantas y las respectivas actualizaciones familiares. Después de una hora aproximadamente me di cuenta que mi abuelo seguía trabajando. Ahora estaba regando sus plantas con una manguera que atravesaba la calle y el jardín. ¡Mi abuelo no se ha cansado! Pensé. ¿Cómo logra tener esta energía a sus 96 años?
Quise observarlo, aprender de él y preguntarle cuál es el secreto para una vida larga y llena de energía. Y así empezó esta historia.
Desde muy temprano en la mañana don Ricardo esta bañado, perfumado y vestido muy elegante para recibir el día. Abuelito, ¿Qué es lo primero que haces cuando te despiertas? “Paso tiempo con Dios y la virgen santísima, les pido que nos favorezcan y nos libren de todo mal y pe-li-gro (mi abuelo divide las palabras en silabas y eleva el tono de su voz cuando quiere resaltar algo), “hago mis oraciones y luego mis ejercicios para mantenerme ‘en órbita’ y listo para los oficios que hay que hacer” y agrega, “porque desde que yo tenga salud, a mí no me quedan grandes las cosas, ni hacerle un favor a las personas”.
Mi abuelo es de rutinas, se levanta temprano, porque para él, a las 10 de la mañana ya se ha acabado el día. Bebe su chocolate en la mañana y en la tarde, porque don Ricardo no es de café o té, es de cacao, como él dice: “El chocolatico, da buenas calorías, alimento y buenas vitaminas, yo soy chocolatero y nunca me ha hecho daño, me ha hecho fortacho gracias a Dios”
Alrededor de las 4:30 de la tarde, mi abuelo se acerca a la cocina y pregunta si ya están puestas las olletas para su chocolate. Si no están listas, el mismo lo prepara. Si, mi abuelo todavía cocina: chocolate, pescado, yuca, arracacha, plátano, guatilas y todo lo que la tierra provea. El creció con estos alimentos y afirma que son la raíz de su fortaleza.
Cuando mi abuelo se sienta a comer le da un toque ceremonial y profundo a la mesa. Yo solía sentir un silencio incómodo cuando al compartir los alimentos mi abuelo no pronunciaba una sola palabra. Él se concentra tanto en la comida que no muestra interés alguno en entablar conversaciones. Le pregunté por qué no hablaba en la mesa y me respondió: “¡Cuando yo estoy comiendo, es co-mien-do! mi Dios le da tiempo a uno para todo. El comedor y la comida son de respetar, son cosas sagradas”.
Recordé que esto no lo dice solo mi abuelo, quien es sabio. Lo dicen también otros sabios; he escuchado yoguis en la India hablando de la importancia de estar presente cuando comemos. El momento de comer es relevante porque las células y órganos se están formando y nutriendo del alimento que les damos, debería ser una especie de ritual cada vez que le ofrecemos comida a nuestro cuerpo que es un templo. Los médicos también lo dicen a su manera; cuando comemos y al mismo tiempo estamos haciendo otra actividad como ver televisión, el cuerpo no se nutre igual, al estar distraídos no nos sentimos saciados y terminamos comiendo más de lo necesario. Y esto lo supo mi abuelo sin necesidad de ir a India, es la sabiduría que trae la vida. Después de terminar su momento sagrado mi abuelo cierra los ojos y dice: “gracias a Dios y a la Virgen Santísima por estos alimentos” y su cara dibuja una sonrisa que invita a reiniciar la conversación.
Mi abuelo Ricardo habla fuerte, claro y sin filtros: “El hablar mío es así duro, no estoy regañando a las personas. Yo hablo duro porque saque esa voz cuando estuve en el cuartel y así la conservaré hasta el final, gústeles o no les guste. ¡Es que yo no puedo hablar suavecito cuando lo bueno para decir esta tranca’o! ¡Lo que es, es y lista la cosa!”. En una sociedad que nos enseña a callar lo que sentimos para quedar bien, esta frase de mi abuelo es un llamado a no traicionar nuestra esencia.
Mi abuelo salió de su casa a los 16 años y desde entonces trabajó en diferentes oficios, fue mayordomo en fincas cafeteras y ganaderas, cuidó ganado montado en caballos, condujo volquetas para llevar carbón, arregló carreteras, armó muebles y ensambló carros en lo que ahora es la compañía Chevrolet. “He trabajado toda mi vida con honestidad, seriedad y cumplimiento de las cosas que me han encomendado”, y agrega, “con puntualidad, si me dicen a las 7, a las 7 estoy ahí golpeando la puerta como un relojito”.
Recuerda como si fuera ayer el proceso cafetero en las fincas, desde las madrugadas para sacar el café en costales de los tanques, despulparlo, dejarlo listo para el lavado, luego enjalmar burros, alistarlo y regarlo en los patios de secado. Don Ricardo recuerda con nostalgia: “en esas épocas todo era trabajo y seriedad, no había necesidad de papeles porque con la sola palabra bastaba”.
Mi abuelo tiene muy presente la fecha en que se casó con mi abuela Amelia, fue un 6 de enero de 1951. Tuvo once hijos y ahora se prepara para celebrar sus 72 años de casado. Su amor hacia mi abuela se ve en las pequeñas cosas: cuando guarda celosamente los mejores aguacates para ella, le trae un pastelito cuando va a el pueblo, o cuando le separa el pedazo más grande de pescado. Mi abuelo se asegura de que mi abuela este comiendo y durmiendo bien y cuando hace sol, la lleva a un paseo en su silla de ruedas para mostrarle los jardines y sus plantas.
Y hablando de plantas, él creó lo que yo llamé un Oasis en medio del cemento. Sembró sus plantas y árboles en un lote pequeño en el medio de dos casas. Entrar en ese pedacito de tierra es transportarse a un bosque fresco donde los pájaros encuentran hogar, se respira aire puro y de la tierra crecen tranquilamente plantas de aguacate, limón, sábila, plátano, tomillo, brevas y guatilas. “Dicen que las plantas crecen dependiendo de la mano de las personas y yo lo creo” afirma. Mi abuelo recuerda como eran las tierras antes: “tierras de primera, vírgenes, que no necesitan abono de ninguna clase, usted siembra lo que siembra y brota la tierra, así era en el pasado: no se conocía que era abono, químicos, fumigar, maleza, gusanos, nada, eran tierras sanas. Había comida de sobra, cultivos para el consumo de la casa y los trabajadores. Se vendía poco en la plaza, porque todo el mundo sembraba y tenía para alimentarse, era vida de verdad” y afirma; “Por eso será que este pechito sigue y seguirá poniendo lata”.
¡Y la lata se pone con música! el abuelo tiene unos parlantes pequeños que puede llevar a cualquier parte, así logra que la música lo acompañe en todo momento. Escucha desde vallenatos, hasta porros, rancheras, música tropical y música colombiana. “¡La música!” dice emocionado: “Que suene mientras uno hace cualquier cosa es extraordinario. Recibí clases cuando pequeño, a veces cogía el tiple y la guitarra y me ponía a ‘cascarriar’. La música me encanta esté donde esté, es parte de la vida, de estar más alegre, sin esa música uno parece un pollo mojado. Hay personas que les choca, pero son personas que mantienen amargados porque no han sabido vivir. ¡La música que no me falte!”
Abuelito, ¿qué me dices de la noche, duermes bien? “Dormir bien es parte de la vida, porque uno desde que tenga salud y buena vida, mi Dios da tiempo para todo. El día es para trabajarlo sea fuerte, sencillo, suave como sea y la noche para descansarla sa-gra—da-men-te. Si es una persona sana, conservada y está trabajando, tiene que dormir bien porque necesita al otro día seguir con la rutina y necesita estar con ánimo y energía”.
¿Cuántos años quisieras vivir abuelito? Le pregunté con una sonrisa. “En mi pensa’o tengo una meta, no sé si mi Dios me la conceda, pero son 120 años, esto si Dios permite y la virgen. Les aviso para que vayan ayudando a organizar la celebración y su sostenimiento total!” responde emocionado.
Mi abuelo es la representación del amor a la vida y cada vez que tengo la oportunidad de visitarlo me siento inspirada con su fortaleza y energía. El me enseña que 96 años se hacen cortos cuando lo que hay para vivir se desborda. He descifrado su secreto para una vida larga y llena de energía: es el olor del cacao que llena la casa de dulzura, los sonidos del tiple, acordeón y la tambora que transforman su cotidianidad en una fiesta. El secreto, es la alegría de ver sus manos con tierra al recoger los frutos que sembró, es la brisa cálida que lo lleva a su juventud. Es el sonido de la risa de mi abuela y sentirla a su lado. Es el hacer de rutinas diarias como la cena un momento sagrado. El secreto es mantenerse activo o en órbita como diría él. Es su maravillosa autenticidad que le permite hablar fuerte y sin miedo al que dirán. Es su amor por la vida y el agradecimiento inmenso que profesa desde que abre sus ojos. Pero sobre todo es el sentir que no está solo porque hay un ser amoroso que lo cuida, lo bendice y organiza sus planes mejor que él.
Todos los días al atardecer mi abuelo se dirige al patio donde hay un cuadro grande del sagrado corazón y con actitud de respeto y profundidad cierra los ojos, abre sus manos y agradece por un día más de vida, luego nos da las buenas noches con una sonrisa y se va a su habitación a rezar el Santo Rosario. Mi abuelo sabe que tiene cosas pendientes para el día siguiente, pero no se preocupa o planea con tanta anticipación, por eso siempre empieza sus frases con la expresión “si mi Dios da licencia” y afirma con confianza: “porque al final cada día trae sus cosas o su propio afán como dicen por ahí”.
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