India, un viaje de 15000 km a mi interior
- Martha Caceres
- May 21, 2022
- 6 min read
Updated: May 23, 2022
Generalmente pensamos en viajar a un lugar silencioso, que transmita paz, para encontrar así armonía interna y plenitud. Y es posible que lo encontremos (pero solo por un tiempo) porque en algún punto entenderemos que nuestros pensamientos, miedos, emociones, las historias del pasado o la ansiedad por el futuro, nuestras sombras y demás, también viajaron con nosotros.
India no es precisamente el lugar más silencioso, pero es donde más he crecido, porque es el lugar que más me ha confrontado. En India entendí que la plenitud o la paz no la trae un lugar ideal, la plenitud es el resultado de un trabajo (de toda la vida, diría yo), que exige observar nuestros pensamientos desordenados, nuestras sombras, miedos y condicionamientos. Y lo que hace India precisamente, es traerlos a la superficie, de tal forma que no te queda otra opción que verlos de frente.
Yo defino a India como el maestro espiritual más exigente que he tenido. Porque me presentó un mundo totalmente diferente al que estaba acostumbrada, para darme la posibilidad de observar como reacciono cuando salgo de mi zona de confort. Puso frente a mi, tradiciones y formas de vivir la vida con las que no estuve de acuerdo, pero en un contexto en donde yo solo podía ser observadora. Porque cuando estas en un mundo conocido, en tu ciudad, en tu casa, en tu trabajo, todavía tienes “la ilusión” de organizar y cambiar las cosas con las que no estas de acuerdo. Pero cuando estas a 15000 kilómetros de tu casa, donde las personas tienen una concepción del mundo completamente distinta; ¿Qué vas a cambiar? esto hizo consciente mi profunda incomodidad y frustración al no ver el mundo como yo lo quiero ver, y me enseñó que tenía que ir adentro y preguntarme: ¿Por qué mi paz dependía del mundo exterior? India me hizo tan consciente de mis pensamientos, paradigmas y creencias a tal punto que llegué a cuestionarlos y dudar si valía la pena aferrarme tanto a ellos y sufrir por ellos.
India es un maestro que no te dice las cosas de forma bonita, te dice las cosas como son. Te muestra sin adornos la realidad de la vida: el sufrimiento, la pobreza, la enfermedad, la vulnerabilidad del ser humano, la inevitabilidad de la muerte. Y esto es importante, para dejar de creernos invencibles o seres con tiempo ilimitado. Es importante, para dejar de distraernos con lo irrelevante y dedicarle más tiempo a vivir plenamente esta vida profunda y efímera.
En muchas ocasiones me sentí abrumada con el caos del tráfico, las moto taxis en todas las direcciones, las vacas cruzando las calles, los peatones distraídos, los pitos de los carros, las bicicletas, los perros ladrando, ¡las motos en contravía! Pero esto me llevó a buscar ese lugar dentro de mí en el que puedo encontrar silencio y armonía. Entendí que en el caos se debe practicar más el estar presente. Es ahí donde se hace necesario respirar y observar el estado de la mente; cuántas veces cerré los ojos, observé mis pensamientos y me di cuenta que el ruido de mi mente estaba igual o peor que el de afuera.
India me presentó pruebas duras, para enseñarme que lo que duele del mundo externo tiene su raíz adentro y allá es a donde debo ir para sanar. Este país milenario me llevó a conectar con mi niña interna, quien había esperado mucho tiempo que yo la entendiera, la escuchara y la protegiera. Conectando con mi niña puede observar mis velos, máscaras y la personalidad que construí toda mi vida para sentirme amada, reconocida y valorada por otros. Y por fin entendí que no tengo que ser perfecta, ni cumplir con las expectativas de los demás, ni encajar en ninguna parte. Gracias a este maestro, respuestas como; no quiero, no puedo y no me gusta, se hicieron totalmente aceptables. Y recibí como un regalo de la vida el entender que no soy, ni seré perfecta y así está bien, que a lo único que le tengo que responder es a mi intuición, que cuando me enfoco en cumplir las expectativas de otros, sacrifico mi propia paz y que cuando intento encajar en algún lugar, pierdo mi esencia. Entendí que el reconocimiento externo es innecesario cuando hay suficiente amor adentro.
India me hizo consciente de la personalidad que he construido durante toda mi vida y me enseñó que si quiero entender quién soy en realidad, tengo precisamente que desmontar esa identidad. Porque intentar definirme por los estudios y títulos, la experiencia laboral, por mi pasado, mi apariencia física, mi rol en la sociedad como hija, esposa, amiga, hermana, o por mi religión, ideologías o pertenencia a algún grupo, es tratar de limitar lo que no puede ser contenido. Descubrí que mi ser no puede ser definido con conceptos tan limitados y sobre todo temporales. No pertenezco a ninguna ‘caja o categoría’, porque al final en esta vida estamos en el proceso de descubrir nuestra esencia infinita e ilimitada.
India fue un maestro espiritual exigente, pero también fue un maestro amoroso que me regaló el yoga como un aprendizaje invaluable, así pude observar mi mente y entender como funciona. Entendí que yoga no es solamente una serie de asanas, sino un camino que te lleva a conocerte y entender la profundidad del ser.
India me regaló también momentos maravillosos, como los amaneceres y atardeceres más hermosos que he visto en mi vida. Estuve rodeada por montañas poderosas y llenas de energía en Tamil Nadu y Kerala me permitió ver por primera vez extensiones gigantes de palmeras de coco y agua rodeando y bendiciendo todo el territorio, y como si esto no fuera suficiente para sentirse en un lugar mágico, los lagos están decorados naturalmente con flores de loto y son el hogar de aves de todos los colores.
En Kanyakumari, la última punta del sur de la India, me sentí orgullosa de la humanidad al ver a un numeroso grupo de personas sentados en gradas, a las cinco y media de la mañana, con su mirada puesta en el cielo, esperando emocionados la salida del sol, como quien espera en un concierto la salida de su artista favorito. Y en Rameshwaran, a solo 50 kilómetros de Sri Lanka me arrodillé frente la inmensidad del mar y le pedí que me liberara del dolor que aun pesaba en mi corazón. Este mar me conectó con mi papá y los seres que se han ido de este plano y me permitió agradecerles tantas lecciones de amor incondicional. El agua, el viento y el sol abrazaron mi alma, se llevaron mis lágrimas y me regalaron sanación.
Vi hermosos pavos luciendo sus plumas de colores y amé empezar mis mañanas escuchándolos cantar, los micos me hacían reír -incluso en los momentos más duros- con sus travesuras y su genialidad y me enamoró la audacia e inteligencia de los cuervos, amaba verlos caminar, lo hacen con una gracia encantadora, como si llevaran prisa por llegar a alguna parte. Y todos los días al atardecer observé el cielo pintándose de colores mientras cientos de murciélagos de frutas (que de hecho inspiran ternura porque parecen cachorritos con alas) volaban hacia el oeste para empezar su jornada.
India me enseñó a vestirme de muchos colores para cambiar mi energía y sentirme más viva. Recibí amor, calidez y sonrisas de parte de muchas personas y comprendí que cada ser que encuentro en mi camino está librando sus propias batallas, que cada persona sufre por algo en silencio, que la dureza de algunos puede ser un escudo que busca proteger la fragilidad y la vulnerabilidad que hay en su interior. Sentí una profunda compresión, compasión y respeto por los procesos de aprendizaje de los otros. Entendí que cada persona recorre sus caminos en sus propios tiempos y a su manera. Aprendí que cada persona puede dirigir su vida de maneras opuestas a como yo concibo la vida y así está bien, porque los caminos para encontrar a Dios son infinitos.
En India confirmé día a día que la pareja nunca podrá llenar nuestros vacíos, porque la armonía, la paz y la felicidad son el resultado de procesos internos, que requieren convicción y valentía para encontrarnos con nuestras propias sombras. Estoy convencida que el amor de pareja se sostiene y alimenta de los procesos de sanación e introspección de cada uno. Entendí que todos somos luz y sombra en continuo aprendizaje y que en esta vida de subidas y bajadas la mejor contribución al matrimonio es nuestra propia paz.
De India adopté lo que más resuena con mi alma y dejé ir con respeto y cariño lo que no respondía a mi corazón o a mi camino de vida. Valoré profundamente mis raíces, mis ancestros y mi propia esencia. Valoré mucho más mi intuición y los mensajes de mi corazón. Y es que los más sabios gurús de India siempre te van a decir: “Escucha mis palabras, pero no me creas nada, ve, experimenta y encuentra las respuestas dentro de ti”.
En India entendí que Dios no está en un lugar lejano, el está muy presente en mi, en los otros y en toda su creación y lo puedo sentir cuando dejo de identificarme con mi mente y cuerpo, cuando en lugar de sentirme separada del mundo, me vuelvo parte del todo. Llegar a vivir esto a plenitud puede tomarnos toda la vida o muchas vidas. Pero experimentarlo así sea por pequeños instantes hace maravillosa la experiencia humana.
A India, mi maestro, solo le tengo agradecimiento por remover de mi vida lo innecesario y hacerme volver a lo esencial.
“Cuando anhelamos la vida sin dificultades, recuérdanos que los robles crecen fuertes con vientos contrarios y los diamantes se hacen bajo presión”. Peter Marshall.
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